..dime cosas guarras le
suplico y entonces, me dice que la factura de la luz de este mes son
casi trecientos por lo menos y yo le pido, más, y me cuenta que la
profe de Carlitos la ha vuelto a llamar al directorio, porque
Carlitos, le ha clavado los dientes en el hombro a un niño otra vez.
Y que era más grande que él. Por lo menos seis o siete milímetros.
Y me pongo como loco y se la meto hasta yo no sé dónde y mi ella,
con todas las tetas desparramadas sobre la porcelana del lavabo, da
un do de pecho y se carga el espejo, a la mierda la suerte, los botes
de pomada y los cepillos de dientes, a poner otra vez azulejos,
llamar al fontanero, y a ese albañil con cara de torero que vino la
última vez a tapar las grietas del techo y mira que, se lo he dicho
mil veces: no te pongas las bragas de Mazinguer Z, no dejes que caiga
por la espalda tu melena de brea, no así, de esa manera Pocahontas,
no me hables, no me mires siquiera, no dejes que me acerque, y mi
ella, suicida toda por lo que al parecer parece va y me dice que le
ponga cremita en la espalda, no sé qué de que no llega, va y me
dice, pero sólo cremita, va y me dice, que te conozco. Y lo juro, al
principio, empecé por la espalda, y entonces mi ella de los labios
pintados del color del ñam ñam ñam se ha encendido por dentro como
una lamparita del siglo XIX, porque eso no es la espalda, va y me
dice, pero ya que estás. Y se pone a pedir cosas bonitas. Al oído,
y yo, le hablo de una flor que sólo crece en los Urales y que sólo
los hombre más valientes han cortado, porque esa flor tan rara, allí
donde la vez con su falda plisada y sus zapatos blancos, te escupe a
la cara el día de tu muerte, la hora y quién irá a tu entierro, le
hablo del Sol de Shangrila y los nenúfares y de gente que con
quinientos años aún conserva su amor en una lata con pájaros
espinos dibujados en la tapa. Y mi ella se retuerce como una
serpiente del gusto y mi cosa se pone muy gorda y Manolita, llama a
la puerta del baño, que tiene pis, y claro, nos hacemos los muertos
como perros, los sordos como tapias, y Manolita dice sé que estáis
ahí. Y tengo hambre. Y ya sois muy mayores para cosas de críos. Y
se va escaleras abajo en busca de otra taza de váter y un trozo de
la pizza de anoche. Cosas bonitas va y me dice, y a la que voy y le
meto la lengua en el cerebro y pronuncio la palabra Andrómeda ya se
ha vuelto loca, ya pueden colgarse las toallas mojadas en sus pezones
de timbre de ascensor, ya se le cae como si fuera mantequilla la ropa
interior muslos abajo, ya engancha con el dedo pequeño del pie la
etiqueta de aquella cosita y hace una canasta de tres en el cesto de
la ropa y hace así, y ahí está, su culo mapamundi, mi pequeño
planeta, el sitio donde quiero abrir una cadena de MacDonals,
construir un aeropuerto. Toma. Dame. Todo. Claro. Y cuando creo que
se me va a morir entre los brazos, con los ojos en blanco como
platos-blancos-, cuando estoy a punto de llamar al Doctor House,
cuando ya no queda en pie ni una figurita del salón y el gato está
escondido debajo de la mesa, va y me dice, aquí, aquí, aquí, y se
pone su capa de mujer licuadora y me saca del alma con la boca todo
lo que encuentra a su paso y me llama oleoducto, fuente de vida,
miel mía, y se lo traga y, con una servilleta que saca de algún
sitio y que dice Bar La Alondra, se limpia el quicio de los labios y
me deja allí cadáver, en el suelo como una colilla, mirando una
fila de hormigas que sale de debajo del bidet.
22 de abril de 2018
20 de abril de 2018
Ya decía yo...
Así que la vida está hecha de esto...
Del día que pasé la lengua por el
suelo
de aviones e Himalayas, de turba, de
consuelo, del culo de la Paca.
De todas las moscas del verano
de mi madre y el queso y los bautizos
de cosas redondas, ovaladas,
parabólicas
de isósceles, pentágonos, camadas
de ñues y laureles de César. De humo.
De canallas.
De un día veintisiete y de otro
nublado.
De un as de corazones en mitad del
asfalto.
De violines y tablas de náufrago y de
fresas y mangos
de sartén.
De bisturís y de anclas de barco.
De túes y de yoes y naranjas y
útiles del campo y de toallas y
toneles de vino.
De pis en las farolas, de granizo y de
limo y
a veces
de estrellas fugaces, de un eco, de una
llama
-¿recuerdas aquel faro?-
En mitad del espacio.
De perros y de nietos y onzas de
chocolate y abedules
de una sombra infinita.
De ya no te quieros. De perdonamés.
De culos de botella y de tazas del té.
De trenes que se pierden, de cartas que
se ganan
de paraguas abiertos y de puertas
cerradas.
De cal y de arena y en la orilla
castillos que las olas se tragan.
De abrazos y de entierros y de bares y
gatos.
De ahoras.
De me voy a poner a cocer papas.
De quítate las bragas.
De voy a por tabaco o de esto ¿cómo
se llama? Putadas.
De se ha muerto mi padre, de estás más
delgada, de sís; pero nos.
De ositos de peluche. De sábanas
blancas.
De limones y efectos mariposas y pelos
de pincel.
Del buuuu de las ballenas y del croac
de los sapos y del cri de los grillos y de glops y de chis y de huys
y de oe
oe
oe.
Y tal vez de mañana tal vez.
Nadie lo sabe.
Por eso es tan... emocionante.
18 de abril de 2018
El tiempo pequeño
-No quiero morir sin comerme una polla.
-¿Eso te hace sentir mejor? Tienes
quince años Adeline. Que vayas a morir no te da derecho a hablar
así. ¿O es que los demás ya no existimos para ti? ¿Estás...en
otro plano? ¿Sí? Y además, que sabes tú de...
-He visto vídeos. En Internet. ¿Tú
le comes la polla a papá?
-¿Sabes qué? Me voy dentro a preparar
la cena. Se supone que estábamos aquí las dos, ya sabes, tú, yo,
la caída de la tarde...y no pienso llorar. Estoy harta de llorar.
-Mamá...
-¿Qué?
-Crees que en otra vida ¿podría ser
un caracol?
16 de abril de 2018
El día que le dije que...
Sí, bueno, tenía, unos labios por los
que me hubiera deslizado en snowboard;
pero una boca tan bonita sólo para
decir tantas tonterías
me parecía un desperdicio y
-por eso-
tomé un bus a la Antártida.
Sí, bueno, toda esa carne
tan tibia
tan suave
como una mantita de sofá.
Pero por aquí no ni por allí tampoco
ni así, menos, con lo cual
todo se reducía siempre al mismo
agujero
siempre en el centro justo de la cama
siempre pensando en los vecinos
y luego estaba eso
de las toallitas húmedas sobre la
mesita de noche. Mirándome
todo el rato.
Sí, bueno, uno podía perderse en el
verde de sus ojos, era
como estar de vacaciones en Asturias
o el Congo; pero
lo triste era que no había un lugar
donde volver.
Te quedabas allí, mirando el mar,
dibujando con la punta de un palo
en la arena
otros nombres.
Sí, bueno, su pelo en marejada, sus
misiles logísticos debajo del sostén
sus quiero comprar el Corte Inglés
sus me voy a poner el pijama
-pero nunca se quitaba los tacones-
sí, bueno
el sabor a mermelada de naranja de los
dedos de sus pies.
14 de abril de 2018
¿Tienes un boli?
Un día me encontré a
Salomé-el día anterior me había besado- debajo de las gradas de la
pista de hielo comiéndole la polla a un chico con acné y la camisa
abierta y los ojos en blanco y la columna vertebral arqueada como un
gato. Había quedado con ella a las siete. No vino, claro. Nunca más
la he vuelto a ver. Cristina tenía las manos más grandes que yo y
una vez me cogió en brazos delante de todo el instituto. Fueron dos
semanas de paseos por el parque y el sol en la espalda. Tenía los
ojos azules. Me besó. En el siguiente curso se quedó embarazada del
profe de química. Nunca más la vi. Tampoco. Nuria me dijo que a
ella le encantaba follarse las cosas bonitas y que como se iba a
morir de leucemia en seis meses no hacía caso de diablos ni
angelitos encima del hombro y que, me iba a comer vivo, allí, en
aquel ascensor. Tenía dos hijos y un marido que sacaba la basura, y
la verdad, es que era bastante simpática. Me gustaba su pelo. Porque
era rojo. Nunca más he vuelto a ver un rojo así de despeinado.
Claro que me besó.
Estoy hecho de besos. Por
todas partes. En todos los rincones.
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