Mercedes tenía los ojos
más tristes que he visto en mi vida. Uno se imaginaba que detrás de
aquel brillo de altamar, en lontananza, tras toda aquel agua, alguien
le había hecho tanto daño que por dentro tenía el corazón
colgando de un hilo en mitad de una nada con nombres y apellidos.
Ojos de pozo con muertos en el fondo, ojos de perro apaleado, de
roedor buscando queso entre las trampas por toda la cocina, ojos de
mina de carbón, de limpiar escaleras de pisos por horas, de
rodillas, cinco bloques, de criar niños que a los quince se morían
con una jeringilla clavada en el tobillo, ojos de no saber donde
esconderse cuando venía tu marido, de no saber hasta donde
arrastrarse si te encontraba, ojos de no sirves para nada, de otra ve
está fría la sopa, de te voy a matar, puta, puta, puta. Ojos de ya
no puedo más. Ojos de me voy a tomar un bote de pastillas. De ya no
sé llorar. ¿Con qué lágrimas? ¿Con esta arena? Ojos de me ha
dejado. Se ha ido a Alemania. Con el poco dinero que había en casa.
Ojos de aquí no queda nadie. Yo y las paredes. Yo rota. Yo seca. Yo
sin circunstancias. Ojos de me hubiera gustado, por ejemplo, trabajar
de mecanógrafa. Con mis lápices bonitos y una grapadora sobre el
escritorio y una flor en el pelo y una rebeca rosa.
Hasta que un día llamó
a la puerta un tal miraquelindo vendiendo a plazos una enciclopedia
con dibujos de coníferas y dioses egipcios y aviones que atravesaban
medio mundo y “lo ve, esto con forma de bota, es Italia” y, esto
es mi sonrisa, porque, ¿sabe?, no quiero irme de la puerta de su
casa, yo, a las cuatro termino, y, no sabe lo poco que voy a dormir
si no la invito a un buen café, con pastelito, claro, y una guinda,
le prometo, que lo único que quiero es que me mire así un poquito,
un poquito más con esos ojos tan bonitos.
Mercedes cayó en el
umbral como un saco de trigo, suavemente, si apenas ruido. De la
emoción. Se hubiera desmayado de aquel modo una vez más, y otra, y
otra.
Cuando abrió los ojos
tenía una servilleta mojada con agua caliente en la frente y la
vecina le estaba preparando una yema de huevo con coñac porque eso
era muy bueno cuando se tenía anemia. Mercedes le dijo que en
sueños, había visto en algún sitio dinosaurios y un planeta
pequeño llamado plutón y la punta de un dedo señalando la Toscana.
Se fue a la cama tarde, y
al pasar por la mesa del salón, vio el tomo abierto encima de la
mesa por una página con pájaros pequeños como granos de arroz que
batían las alas tan rápido como un abejorro. Bajo la luz de la
bombilla aquella de aquel dormitorio, Mercedes, con la espalda
recostada en la pared y un pijamita puesto de lirios amarillos,
estuvo viendo fotos de animales hasta que el sueño la rindió. De
montañas nevadas y ríos con pirañas. De hombres que habían
conquistado Asia. De mujeres que habían inventado cosas. De palabras
que nunca había escuchado. Y cuando el sueño la rindió volvió a
escuchar la voz, tan limpia como el agua del grifo, diciendo volveré
a por tus ojos bonitos.